retiro

Cuando matriculás la u, sabés que por delante tendrás días enteros de clases, noches de desvelo y carreras para lograr que la máquina burocrática no aplaste tus ilusiones de ser alguien en la vida, contar con un certificado que confirme que sos una persona de valía, un profesional en ese sentido que la sociedad te exige ser para aspirar a un salario a fin de quincena, la compra de un diario nutrido en el Automercado o el pago de una cuota de préstamo para un carro usado de modelo relativamente reciente y el alquiler del lindo aparta donde recibís a tus amigos y familia, para mostrarles todas los muebles y chucherías que tu recién adquirido estatus de tarjetahabiente de clase media pujante te permite.

Si matriculás en un gym, la consciencia de esos kilos de más o ni eso, la mal disimulada molestia que te causa esa grasita apenas perceptible que no logró acomodarse como vos querías, te impulsa a obviar en tu primer día que aquello será una tortura medieval de inquisición, un castigo cuatro días por semana, dos horas por día, varios mililitros de sudor en camiseta y short; un cargar como cruz un maldito maletín que te estorba cuando salís corriendo de la casa, cuando vas montado en el bus, cuando llegás a la oficina, cuando salís de ella, cuando llegás al gym, cuando tratás de meter todo y son las nueve de la noche y la pereza, el cansancio o la sencilla razón de que te dejará otra vez botado el bus, y la verdad es que me lleva puta, que esta mierda se quede tal cual, de por sí, ya voy para la choza y no tengo que lucirle a nadie ropa planchada o maletitas bien hechas y ordenadas.

Cuando decidís matricularte en ese brete que tanto pensaste en aceptar, que todo el mundo te dijo “pensalo bien, mirá que ahí estás bien” y que el otro mundo te dijo, “dale, pucha, ya tenés mucho rato ahí y la verdad es que no te han dado las oportunidades que merecés. No lo pensés tanto y aceptalo. De por sí, el que no arriesga, no gana”. Y tomaste todo el fin de semana para pensarlo y te dijiste, con el tiempo resolveré, pero la verdad es que al final es domingo por la noche, bien noche, y vos como si fuera el primer día que te lo ofrecieron con esa puta necedad de si me estaré pelando el culo, si estaré mandando por el escusado todo lo que tenía ganado aquí, la seguridad, la estabilidad, los compas y ese espacio de doce y treinta a una y treinta en el campito del comedor que tanto me cuadra, mientras me mando el almuercito tan rico viendo a doña Pilar desproticando contra el Mopt, el Mep, el Map y esos mops que nunca se deciden a tomar una pinche decisión…


Pero, ¿qué pasa conmigo, que nunca decidí matricularme con vos, que sencillamente un día me encontré hasta el gollete metido en esta carrera que no sé si me conviene o si acaso tiene futuro; en esta rutina de pensarte mucho que no me pone en forma el raciocinio pero sí me hipertrofia el corazón; en este trabajo que me das y que tan trabajo me da, que me tiene en paro y por el cual no puedo hacer huelga?

¿Decime vos qué hago para retirarme, para salir, para dejarte ir?