Desde que a los diputados se les ocurrió pasar el feriado del día de la Madre para el lunes siguiente, uno tiene que trabajar cuando más quisiera estar con la homenajeada y dejar las celebraciones para el fin de semana y, curiosamente, el propio lunes se vuelve un día extraño, ajeno, atravesado y en el cual la mayoría de los que vivimos lejos de nuestras madres ni siquiera las vemos.
Yo fui a verla el propio 15 y pasé con ella, con mi papá y mi hermano un ratito muy rico. Javito y yo nos tumbamos en la cama de los viejos y nos dedicamos a verlos y a sentir más hondo ese cariño que acrecienta la no convivencia diaria con quienes le dieron a uno la vida.
Para el domingo aquello fue fiesta pura. Marita y German llevaron a Seba, Nicole y el terrible Gabriel. Javito y Rosa llegaron con la cada vez más grande Carolina. Y yo... pues llegué solo (todavía solo).
Además de un rico almuerzo y dar regalitos a las mamás, qué rico se siente el disfrutar el invaluable regalo de saberse parte de una familia tan linda.
Por eso este lunes es raro, a pesar del brillo intenso del sol que inunda mi apartamento en una forma preciosa que pocas veces tengo la oportunidad de apreciar.
Me siento extraño. Con tantas razones para ser feliz, en medio de tanta luz, vuelvo a ver y noto con cierta desazón que hay una pequeña sombra dentro de mí.