“El dolor cuando no se convierte en verdugo es un gran maestro”.
La frase la parió el exministro colombiano Fernando Araujo, secuestrado por las FARC, quien escapó y está de nuevo en la función pública, ahora como canciller. Gabriela Solano, de Al Día, la atrapó al vuelo en una entrevista que le hizo a Araujo, y yo se le "pedí" prestada para hospedarla en El cuchitril.
La leí en mi cama de enfermo este domingo y al sentido que le asigna el autor, yo le puse el mío con matices de lo que pasé el fin de semana pasada.
Estrés, preocupación y malas defensas se confabularon -con cierta participación humana- para hacerme caer en cama y guardar reposo casi absoluto tarde y noche del sábado y el domingo completo.
Casi absoluto porque mi mente y corazón no reposaron. Se sobresaltaron y, acicateados por la fiebre, trabajaron eufóricamente. Pensé en lo que estaba pasando, en mi vida hasta la fecha y en lo que habrá de venir. En las decisiones que he tomado estos últimos días y en el significado de la amistad, el amor y la lealtad. Del valor inconmensurable de quienes están con nosotros, nos aceptan y nos quieren.
Suena a "cliché" hasta que lo corroborás en carne propia. Los malos momentos y la fortuna esquiva pasan a un segundo plano cuando uno está rodeado de amor y, sobre todo, quiere darse cuenta de eso y corresponderlo.
Gracias a mis viejitos. Ni los analgésicos ni los antibióticos me dieron el bienestar que me provocó el verlos entrar en mi apartamento. Ella con con sus frijolitos con carne y él con su receta antigripal de naranjillas y miel de abeja, producidos bajo el cuidado de sus manos callosas.