
A lo sumo tenía un par de años de trabajar como asistente contable de una empresa en La Uruca.
Ese día salí pasadas las 5 de la tarde y camino a la parada del bus sentí un ligero ardor en los ojos y me percaté por primera vez: veía borrosas las letras en los rótulos luminosos de las empresas. El continuo uso de terminal y los largos listados de movimientos bancarios que me tocaba conciliar estaban pasándome la primer factura.
Hace diez años de eso. Desde entonces, las gafas y, más recientemente los lentes de contacto, me han acompañado como un necesario y estorboso artículo de uso diario.
Eso se acabó el viernes pasado. Unos segundos de láser directo a las partes irregulares de mis córneas acabaron con la miopía y me dejaron 20/20.
Trato ahora de acostumbrarme a “no ser miope”. Me sorprendo lo acostumbrados que estamos a las privaciones y lo reconfortante y casi increíble que nos es salir de ellas.
Hoy veo con nuevos ojos. Quisiera pensar que uno tiene la oportunidad de ver el mundo con otros ojos, no los que me operaron, sino los de un entendimiento más diáfano, sincero y comprensivo. Y creo que eso, al igual que mi operación, a veces lo pensamos angustiante y doloroso, cuando no lo es. Es simplemente cuestión de atreverse. Es mucho más “barato” que lo que cuesta operarse, y sin duda, el resultado es igual de refrescante para la vista y el corazón.