
De madrugada, con una copita de Jack Daniel's, es más fácil llorar.
Su presencia al otro lado de la mesa de madera que fabricó su papá me garantiza oídos prestos a escuchar, una mirada a ratos fija en el piso, a ratos con furtivos relámpagos hacia mis ojos.
Como él dice, los asuntos personales, son personales. "Pero mirá huevón, vos me contás y me pedís tu opinión, así que te la voy a dar". Habla claro, directo, franco. Me dice las palabras duras que si no son fáciles de escuchar, son más difíciles de decir.
A él le salen como esculpidas a su imagen y semejanza -después de todo es el hombre sin dios y se fabrica a tu antojo cada nuevo día-, sin aspavientos, sin rodeos, demasiado sinceras para gustos blandengues, pero con la transparencia y el inequívoco cariño del que se toma la molestia de quererlo a uno, por cabrón que sea, por contradictorio y terco que pruebe ser.
Yo le voy chorreando en cascada ese río que trato de contener hace días. Él me escucha y luego esboza anecdótico una respuesta. Es la respuesta condescendiente y comprensiva de quien sabe que tiene enfrente al vencido. Pero él no quiere vencer. Quiere que yo me levante. "Dejá de darle tantas vueltas a las varas. Las cosas pasan y ya... uno sigue". Asunto cerrado.
Con el cuerpo resentido, por el sueño, por el llanto, por el licor, mal llevo la mañana. Me llama y me invita a pasar por su casa. "Mae si querés venir a almorzar voy a cocinar un chanchito para darle a papi. Ahí te puedo dar un bocadito si querés".
Me doy cuenta que tenemos una
amistad de Bavaria Light con posta de cerdo a plancha, puré de papá y ensalada verde. Con helado y café. Con apretón de manos y alguna expresión a guisa de despedida.
- Bueno cabro.
- Nos vemos güevón.
Asunto cerrado.