Eran las 9:58 a.m. cuando abrí los ojos. El desordenado cuarto del cuchitril estaba hirviendo. Con un esfuerzo acongojante estiré el brazo para abrir las celosías y dejar así que el aire entrara y mitigara el maldito calor.
En mi boca sentía el sabor añejo de la birra cruda que es mal augurio de un dolor intenso en la nuca justo apenas el sol pegue de lleno. Es curioso, cuando uno se despierta fuera de esa sensación y el cansancio, no parece que la cosa vaya a peor, pero conforme pasa el tiempo y uno se levanta dan ganas de nunca volver a echarse un tapis.
El baño con agua fría no me devolvió a la vida, como suele pasar, y no tenía una maldita pastilla de acetaminofen en la "casa" (algunos se quitan la goma con otra birra, yo me empujo un fármaco).
El "Coopetico" tardó más de lo usual en llegar y, como lo preví, el fuerte sol que me llevé mientras lo esperaba despertó ese diablo que albergamos en la cabeza y que en lugar de tridente, sale después de las noches locas a martillar con un mazo el infeliz.
Al llegar a la oficina, con una terrible pinta y con un sudor copioso en la frente, me zampé un pinto con huevo y café que parecía nunca querer acabarse. El pinto más largo en la historia de la soda del esquina, normalmente bueno a pesar del tarro que le hace a uno la chavala que atiende. ¿Por qué cuando sabe rico el hijueputa se te va en dos monazos y hoy siento que me echaron el doble por solo un rojo? Parecía que me estaba comiendo una "ollecarne", porque estaba más empapado cuando terminé.
Nada más sentarme y encender la compu,
suena el teléfono. Hola Wil quiubo, Nada de hola mae, en diez minutos paso por usted, Cómo así, No te acordás que hoy la mejenga es a la una, Mae vieras qué gomón me manejo, Ahí te la sacás, ya paso.
Y llegó antes de los diez minutos. Nos fuimos a la mejenga de los sábados: tres equipos de cinco, equipo fuera a los dos goles o siete minutos de juego, lo que suceda primero. Cada partidito me parecía final con tiempos extra y penales, una pulseada del carajo.
Debo reconocer que el de desempeño más triste de mi equipo era yo. Debía llevar por lo menos tres pichingas de sudor destilado y no podía ni marcar en la zona defensiva de los adversarios (me mandaron al frente con el dudoso calificativo de "delantero"). Fueron casi dos horas que estaban superando por mucho las propiedades dilatorias del gallo pinto con huevo del desayuno.
Con todo y que pude meter un par de "pepinos" memorables en una mejenga, creo que "Tano" Pandolfo me habría evaluado más o menos así en su célebre "Así los vimos": Solís: Alguien debería decirle a este muchacho que no se debe llegar a un partido con un par de picheles y una copa llena adentro. Suponemos que eso afectó su puntería (si a eso se le puede llamar darle a lo loco y con los ojos cerrados a la bola). Para olvidar.
De vuelta la ofi, me di un bañito y ahora sí empecé a sentir mejoría. Desodorantico, talquito, peinito y parecía otra persona. Solo quedaba el cuerpo un poco resentido, pero al fin ya se puede uno sentar a trabajar con un poco más de paz y reposo.
Pip, pip. Un bendito mensajito en el celular. Era el Boli: "Vamos al Pollo Cervecero en Guadulupe ahora más tarde". ¡Qué madre!